Sunday, November 13, 2005

Adiós Peter Drucker … Bienvenido Peter Drucker

Pensaba escribir en este post, de mi experiencia como alumno rindiendo su examen ante dos profesores de lujo (J.J. Brunner y Juan Vera), en mi paso final para acceder al Magíster. Me parecía refrescante (y algo de catarsis) el escribir acerca de cómo, en 60 minutos, uno se siente de vuelta a su época universitaria, tenso y ansioso por un examen, nervioso por estar a la altura de las circunstancias y porque, al llegar a casa, a diferencia de aquella época, ya no serán los padres los que preguntarán “¿Cómo te fue?”, sino que serán los hijos que seguramente lo esperan a uno para disfrutar el dulce desquite por los reclamos del padre ante notas que no fueran un 7.

Eso pensaba hasta que el sábado pasado (12 de noviembre), me encontré con una nota de prensa que señalaba que el día anterior había fallecido Peter Drucker.

Nació por allá por 1911, y durante sus más de 90 años, escribió decenas de libros que le dieron sustancia al tema de la gestión. Si bien Drucker atribuía a J. P. Morgan, la expresión “Management”, pienso que ya hay coincidencia plena que la real importancia de esta palabra se la debemos a Drucker. El la definía como “un acuerdo con la gente, sus valores, su crecimiento y desarrollo, su estructura social, la comunidad y además, los temas espirituales”.

En torno a esta palabra y a este concepto, y por cierto a P. Drucker, por el mundo comenzaron a aparecer las carreras universitarias referidas al tema de la gestión. Su primer libro es de, según creo saber, 1939. Tal vez sea el pensador más notable y más creador de conocimientos y contenidos en la historia de la humanidad, en lo referido a cómo hacer de las organizaciones, grandes organizaciones ... a partir del rol de las personas que la conforman.

Sabiéndolo, o sin saberlo, no es aventurado afirmar que todos quienes tenemos que ver con la gestión de la organización, sea en la dimensión de la praxis, o solo por las aproximaciones teóricas o académicas, todos, sin excepción, estamos influidos por sus pensamientos.

En agosto de este año, el diario El Mercurio publicó una entrevista en la que, interpelado acerca de su mensaje para los empresarios del siglo XXI, respondió:

"Siempre hago las tres mismas preguntas, ya se trate de una empresa, una iglesia o una universidad. Y no hay ninguna diferencia si es americana, alemana o japonesa. La primera pregunta es: ¿Cuál es su negocio? ¿Qué trata de conseguir? ¿Qué lo hace diferente? La segunda pregunta es: ¿Cómo define los resultados? Y esa es una pregunta muy difícil, más en algo no comercial que comercial. Y la tercera pregunta es: ¿Cuáles son sus competencias centrales? Y, ¿qué tienen que hacer con los resultados?".

Por eso este post, en este blog. Si solo nos limitáramos a mirar nuestros ámbitos de influencia organizacional bajo esta “simple” trilogía, solo con eso, si fuésemos consistentes y perseverantes muchas cosas las haríamos mejor. ¿O no?.

Otra lección de Peter Drucker: La Harvard Business Review para América Latina, en su ejemplar de Junio de 2004, publicó un artículo notable denominado “Qué hace eficaz a un Ejecutivo”. En ese texto señala que los grandes ejecutivos pueden ser carismáticos o sin brillo, generosos o tacaños, visionarios u orientados a los números; pero todo ejecutivo eficaz sigue ocho reglas sencillas:

  1. Preguntan: ¿Qué hay que hacer?
  1. Preguntan: ¿Qué le conviene a la organización?
  1. Desarrollan Planes de Acción
  1. Asumen la responsabilidad de sus decisiones
  1. Asumen la responsabilidad de comunicar
  1. Se centran en oportunidades en vez de problemas
  1. Conducen reuniones productivas
  1. Piensan y dicen “NOSOTROS” en vez de “yo”

Tengo la versión en Acróbat de este artículo de modo que si a algún lector le interesa, basta que me lo pida por mail. No creo que con ello esté afectando ningún derecho.

Recuerdo que, en no pocas ocasiones, cuando he hablado con amigos o con alumnos sobre Drucker, cuando les hacía el comentario de que él ya era un referente imperdible para las organizaciones, aún antes de que sus padres nacieran, y seguía vigente, la ironía de sus caras me dejaba la certeza de que es tan fácil, como errado, hacer la correlación entre la edad cronológica y la relevancia de lo que se dice o hace. Este caso es el mejor ejemplo de que, a los 70, 80 o 90 años se puede seguir siendo aún más visionario que quienes somos más jóvenes. La dosis de humildad que siempre nos falta.

Por eso el título de este post. Porque es real que Peter Drucker murió. Pero también es real que sigue más vigente que nunca y sus lecciones seguirán marcando canales de desarrollo en este siglo XXI. Por lo demás, es seguro que ahora se refloten muchos de sus libros y aparezcan joyitas como “La Innovación y el Empresario Innovador”, publicado por la Editorial Sudamericana en 1986, y que permitió sacar el concepto de “innovación”, como un atributo esencialmente tecnológico, para llevarlo a su esencia humana y, por lo mismo, propio de todas las dimensiones del trabajo.

Sunday, November 06, 2005

Mi amigo Murphy

Es seguro que cuando el Capitán Ed Murphy, en 1949, dijo “Si hay alguna manera de hacer las cosas mal, lo hará” (lo dijo en inglés), cuando se encontraba reclamando porque unas pequeñas piezas defectuosas, arriesgaban todo un proyecto de aterrizajes de emergencia, por un pequeño error de cálculo, jamás pensó que estaba creando al mejor trabajador del mundo y sus alrededores.

En efecto, cuando, según declara George Nichols, Gerente de ese proyecto, él denominó a dicha afirmación del citado capitán como la “Ley de Murphy”, creó una nueva ley de esas sociales (también denominadas leyes de la naturaleza, dado que no pueden ser discutidas ni inventadas, sino solo descubiertas), que no han pasado por método de investigación científica alguna, pero que tienen un valor innegable. Pronto se declaró la Murphylogía y, en su honor, es posible escribir las más notables explicaciones de porqué las cosas salen mal en mérito de este personaje conocido mundialmente.

“Si algo puede salir mal, saldrá mal”

“Si hay dos situaciones por las que algo puede fracasar, sucederá la más grave de ellas”

En fin, hay libros al respecto. Lo más notable es que la fuerza de esta Ley ha detonado una suerte de fiebre para detectar variables de la cotidianeidad y llevarlas a un contexto de leyes o principios. Por ejemplo, es bueno no olvidar la Primera Ley de Parkinson, aquella que señala que “el trabajo se dilata hasta ocupar la totalidad del tiempo disponible. Al menos a mi me hace mucho sentido porque me tropiezo con esta realidad a cada rato. Si quien está leyendo esto, quiere profundizar, le sugiero el libro “Ley de Murphy y otras razones porque las cosas salen mal” de Arthur Bloch, Editorial Diana, México, 1980. (De ahí extraje el origen del nombre).

Pero volvamos a mi amigo Murply. Me volví su amigo cuando me convencí que no podía competir con él. Apenas, tratar de pensar como él. Por lo demás, seguramente es el mejor y más ideal de los trabajadores que se quisiera cualquier organización. Fíjense: Trabaja las 24 horas del día, durante los 365 días del año, de todos los años. No pide vacaciones, no sale con licencia por estress, no se cansa, en fin, siempre y por siempre presente. Pero no basta ese atributo para poder declararlo como el mejor trabajador del mundo. Falta lo mejor, y díganme si no lo tiene también. Es insuperablemente creativo. Por más esfuerzos que se hagan, siempre aparecerá de manera original, sorpresiva. Si en este momento se cortara la luz, justo cuando no he “guardado” lo que llevo escrito, sería el mismo Murphy que demostraría que está siempre, aun cuando se escribe de él. Por lo mismo, como soy, o pretendo ser, su amigo, trato de pensar como él, estoy escribiendo en el notebook, con la batería a plena carga. Pero claro, como además es veleidoso, nunca llega cuando se le espera. No por ser mi amigo pasa a ser menos insoportable.

Ser amigo de Murphy, para mi al menos, implica el sentirse siempre acompañado por él, pensando en cómo podría estar pensando este atípico amigo, en fin, pensando en cómo, lo que estoy haciendo, pensado o planificando puede fallar. Y en esta amistad he ido cultivando algunos aprendizajes:

1. Mejor en equipo que sólo. Cuando es un equipo de verdad (no un grupo de personas) el que está detrás de un objetivo, es mucho más fácil explorar posibles variables entrópicas para su logro y, también, son más las cabezas pensantes que pueden articular cursos de acción para superar las dificultades.

2. No respetar la Primera Ley de Parkinson (la expliqué algunos párrafos arriba). De este modo, si se termina antes del tiempo límite, siempre quedará espacio de reacción si a mi amigo se le ocurre aparecer. Al terminar junto con el pitazo final, si algo falló, ya falló y nada puedo hacer, como no sea maldecir a mi amigo. (La Ley de Murphy acerca de la Termodinámica establece que “Las cosas empeoran cuando están sujetas a presión).

3. La soberbia profesional es como inyectarse a Murphy en las venas. En estos casos, sin siquiera moverse del escritorio Murphy alcanza su máximo esplendor, porque es esa soberbia la que enceguece a las personas y las hace caer una y otra vez. Con el agravante de que, como en su soberbia piensan que el error es culpa de otros, siguen tal cual, cayéndose de nuevo. Sería cómico si no fuese que esos errores afectan siempre a muchas otras personas. Es como para brindar por Murphy y su inteligencia.

4. Tratar de mantenerse vigente. Esto es muy importante para que mi amigo Murphy no haga suyas equivocaciones que tienen que ver solo con el relajo intelectual, originado en caer en la tentación de solo hacer las pegas, sin enterarse de lo que está pasando alrededor de uno. Digo “tratar de mantenerse vigente” porque a la velocidad que se genera la información y el conocimiento, en los más diversos idiomas y latitudes, apenas, con un tremendo esfuerzo, se logra asomar la nariz a todo lo que uno quisiera saber.

5. PLAN “B”. Creo que es la enseñanza principal. La madre de las enseñanzas. Mientras más nos importe algo, más debemos tener pensados cursos alternativos de acción ante la eventualidad de que no todo sale como se ha planificado. Cuando tenemos nuestro Plan “B” articulado podemos comenzar a estar más tranquilos. Caso contrario, cualquier imprevisto, cualquier contratiempo nos acelerará más de lo necesario, nos restará la calma necesaria para pensar de manera global y, seguramente, si se le ocurre aparecer a Murphy, nos encontrará tan ocupados o absortos en los otros inconvenientes que se dará, una vez más, un festín a costa nuestra.

Sin duda hay más aprendizajes, pero pensando como Murphy, si este post sale más largo, serán cada vez menos los lectores de él. Prefiero que sean ustedes mismos los que, si quieren, aporten más lecciones. En una de esas, también se hacen amigos o amigas de mi amigo.

Pero como Murphy no descansa, es seguro que este texto lo leerán las personas a las que le pudo haber sido útil, cuando ya no lo necesitan, porque lo que se pudo corregir con su lectura, ya falló.