Sunday, August 07, 2011

MEMORIA DEL FUTURO

Cuando niño, soñaba con ser bombero y mi hermana con ser pastelera. Seguramente, si se le hubiese preguntado a mil niños y niñas, seguramente sus respuestas habrían ido por el mismo rumbo, además de doctores, fabricantes de volantines, vendedores de árboles de Navidad, astronautas, y/o, por cierto, lo mismo que hacían papá o mamá, como el primer gran espejo en que todos nos vemos cuando comenzamos a valerlos por nosotros mismos. A partir de ahí, las respuestas también surgían cubriendo todo lo que, la infinitamente fértil imaginación infantil, permitía crear.
 
Hoy, en el Chile del siglo XXI, ante la misma pregunta, hay dos respuestas que compiten por su recurrencia: (1) “quiero tener plata”; (2) “Quiero …. quiero … no sé qué quiero ser cuando grande”. Ambas respuestas tienen un punto de encuentro. La segunda es directamente una expresión de ausencia de motivaciones concretas. La segunda, lo mismo, dado que la solución a ese “sueño” es tan disperso que, por lo mismo, puede dar para cualquier línea motivacional, asunto que la homologa con que no existe ninguna línea de interés focal.
 
¿Recuerda el diálogo que Lewis Carroll colocó en las bocas del gato y Alicia, en “Alicia en el País de las Maravillas”?:
 
<“¿Me podrías indicar hacia donde tengo que ir desde aquí?” pregunta Alicia. … ”Eso depende de a dónde quieras llegar” responde el gato. … “A mí no me importa demasiado a donde” dijo Alicia. …“En ese caso, da igual hacia donde vayas”, responde el gato>
 
Este texto mantiene su plena vigencia, hoy por hoy. Cuando no se tiene claro, o simplemente no se sabe para donde se quiere ir, al final, todos los caminos sirven al objetivo. Lo grave, es que en ese andar en la oscuridad, la posibilidad de llegar donde no se quiere estar, adquiere una probabilidad tremenda.

Cuando se tiene un objetivo concreto (sea en lo laboral, en lo familiar, en lo social y en lo personal) se simplifica la toma de decisiones respecto de nuestros recursos, en especial, del más complejo porque se agota en si mismo y no se puede acumular: el tiempo. Cuando no tenemos esa claridad, andamos a la deriva, tal vez, precisamente buscando ese sentido trascendente para nuestros día a día.
 
Al objetivo por alcanzar (el ser bombero o pastelero y todas sus posteriores actualizaciones), se le entiende como la “memoria del futuro”. La que nos coloca un punto en el horizonte hacia el cual mirar y hacia donde desplazarnos. Es “memoria” porque aparece repetitivamente en nuestras reflexiones y en las perspectivas para la toma de de decisiones.
 
Así como la memoria “del pasado” permite aprovechar los aprendizajes de las experiencias vividas, la memoria “del futuro”, facilita discriminar y tomar decisiones que aproximen a tales metas situadas en el futuro. Y si, con el paso del tiempo, se cambian tales metas, ese reemplazo mantiene su rol orientador.

Por estos días, la agenda social de Chile está marcada por el tema educacional. Nuestros hijos e hijas, han activado un reclamo masivo en procura de acceder a una formación que, efectivamente les permita cumplir sus anhelos. Detrás de ellos, los profesores, sus padres, en suma la comunidad toda, incluyendo por cierto al Gobierno, como el actor clave que deberá traducir los acuerdos en acciones concretas.
 
En este tipo de escenarios controversiales, tanto la memoria del pasado como la del futuro juegan roles interdependientes. La del pasado es la que provee de (1) el punto de partida, es decir el camino ya recorrido y los avances vigentes; (2) la mayor o menor confianza respecto de los acuerdos que se vayan a lograr. A mayor credibilidad mayor espacio para negociar avances intermedios y, a menor confianza con el interlocutor, mayor polarización de las posiciones (la fantasmal “letra chica”, en este caso está desempeñando un rol indiscutible).
 
Por su lado, la memoria del futuro, nos provee de (1) lo que se quiere que sea la educación en Chile, de cara a un proyecto de país desarrollado (económica y socialmente), (2) nos aporta la solución también a nuestros miedos, en el sentido de la frase recurrente de que, si no se es profesional, la vida será un transitar de angustia en angustia, en un marco de inestabilidades recurrentes (expresión que no comparto pero que, está en el imaginario de todo escolar y la mayoría de los padres).
 
Por lo último es que abrí esta columna, con las respuestas a la pregunta de qué se quiere ser “cuando grande”. Cuando las respuestas son tan ambiguas y el foco se fija en un medio (el dinero) y no en su fin (para qué quiero ese dinero), y la palabra “felicidad” se difumina casi hasta desaparecer del lenguaje de los jóvenes, es porque algo, o más de algo, lo hemos estado haciendo muy mal (en el hogar y el colegio).
 
Ante ello, es imperioso construir un sueño compartido respecto de qué es lo que queremos como educación. En su diseño, el “para qué queremos lo que queremos” es esencial. El punto ya lo he abordado en otras columnas. Con eso establecido, el paso siguiente es concordar una ruta de navegación. No todo se puede hacer ahora. Por lo demás, siempre los cambios más significativos, en todo orden de cosas, suelen ser de largo plazo. En política, trascienden gobiernos y son como carreras de postas, donde cada gobernante recibe un bastón (lo hecho hasta ese momento), avanza lo que le corresponde, para entregárselo a quien le vaya a suceder.
 
Actuar en un sentido diferente, el tratar de lograr todo en el plazo inmediato, solo es populismo, cuando lo recorre el gobierno, o intransigencia, cuando son los grupos que lideran las movilizaciones los que actúan con una lógica del “todo o nada”. En ambos casos el asunto es gravísimo, porque la tendencia es que termine predominando la crisis o el “nada”. Así como a un almendro no lo podemos hacer crecer más rápido a tirones, los grandes cambios en la sociedad necesitan de sus propios tiempos, de modo que para llegar luego, hay que avanzar, tal vez, más lento, pero con cuidado de que no sea necesario, en ningún momento detenerse ni, mucho menos, devolverse para reencontrar el camino extraviado.
 
Solo cuando nos percatemos que, al mirar por el espejo retrovisor de la vida, nuestra memoria del pasado está crecientemente alineada con lo que nos provee nuestra memoria del futuro, podremos sentirnos tranquilos por el camino sobre el cual avanzamos.
 
En ese escenario, el qué queremos ser cuando grandes, tal vez deje de ser un “no sé” o un “millonario”, y nos reencontremos con pasteleros, fabricantes de juguetes y, por sobre todo, con felicidad al contestar la pregunta, y no una carita de angustia contenida al no saber qué responder.
 
Seguramente nunca logremos el 100% de aquello que tenemos registrado en nuestra memoria del futuro pero, claramente, al existir tal referente, llegaremos bastante más arriba que si este no existiese.