Monday, February 06, 2012

INTUICION Y TOMA DE DECISIONES

Es un lugar común referirse a los cambios como parte del hábitat de los actuales tiempos modernos. Ya no es posible planificar el cambio, sino más bien, se deben desarrollar las competencias para ser capaces de vivir en un estado de cambio permanente.

Si esto es así, la velocidad de reacción frente a los ajustes que nos provee cada día pasa a ser una necesidad sin pausa. Y en este ritmo, los tiempos para aplicar el proceso clásico de toma de decisiones dejan de existir, pero igual, de una u otra forma, hay que decidir !.

¿Será que estamos, aún sin saberlo, entrando a un momento de inflexión, desde el reconocimiento del valor del método científico hacia un modelo que se aleja violentamente de ese paradigma?

Si esto es así, ¿dónde está la diferencia entre intuición y la adopción de decisiones irreflexivas, consecuentemente de alto riesgo?. Porque, claro, resulta bastante acomodaticio decir que se opta por un determinado curso de acción porque se “intuye” que es el camino correcto. Con una respuesta de esta naturaleza, se evade la necesidad de explicar, de fundamentar y de respaldar una determinada decisión.

Por lo demás, ¿porqué confiar en la intuición si se puede continuar aplicando el método científico para la toma de decisiones?. ¿Son complementarios o son contradictorios ambos cursos de acción?. ¿La racionalidad comenzará a ser superada, en lo organizacional, por la emocionalidad?. Como suele ocurrir con los temas importantes, prácticamente siempre, una pregunta, más que detonar respuestas, abre puertas que despliegan nuevas preguntas.

No pretendo dar respuesta a todas estas interrogantes. De hecho, no tengo todas esas respuestas y, más aún, claramente, sin duda que tampoco tengo todas las preguntas. Sólo me importa aportar con algunas reflexiones en este tema que, en mi opinión, cada vez deberá demandar mayor atención.

La RAE define la palabra “intuición” como la “facultad de comprender las cosas instantáneamente, sin necesidad de razonamiento”. Siguiendo el hilo explicativo, la misma RAE define a “comprensión” como la “facultad, capacidad o perspicacia para entender y penetrar las cosas”.

De esta forma, según entiendo, cuando hablamos de intuición, se está hablando de una competencia que, como toda competencia, (1) no es atributo natural de toda persona, (2) se puede desarrollar, y (3) tiene distintos niveles de complejidad en su dominio.

Esto hace la distinción entre “intuición” y “juicio irreflexivo”. En el primer caso, para que efectivamente sea intuición, se requiere de conocimiento previo que, mientras más sólido es, mientras más internalizado está en la estructura conductual de la persona, lo hace actuar de manera inconsciente. En una columna anterior me referí al punto cuando mencionaba el nivel de “inconsciencia de la competencia”. La intuición, para que sea tal, en rigor apunta a este nivel de dominio subliminal (“que está por debajo del nivel de la conciencia”, según la RAE, una vez más).

En el segundo caso, el de los juicios irreflexivos, que perfectamente pueden ser disfrazados por el hablante, como intuición, son única y exclusivamente un despliegue de relajo, más que ausencia de razonamiento, hay carencia de humildad para reconocer desconocimiento.

Ocupa la palabra “relajo”, porque quiero evitar cerrar la puerta a la dimensión creativa que permite ver y soñar soluciones donde los demás sólo ven problemas. En este espacio, el terreno natural del hemisferio derecho del cerebro, igual se precisa de conocimiento previo, de marco, de alternativas o de otras muy diversas dimensiones que son insumos claves al momento de crear e imaginar escenarios.

En cada momento estamos tomando decisiones amparados en nuestra intuición. Basta sólo con mirar las decisiones que hemos tomado en el día de hoy, para que concuerde conmigo en que, la inmensa mayoría de tales decisiones, fueron de carácter intuitivo, en que operó de determinada forma, de manera casi instantánea. Veamos: se levantó, eligió el vestuario, siguió cierto ritual hogareño, definió el momento en que saldría de su casa (o resolvió no salir), eligió el medio de movilización; en fin, el día a día de cada uno de nosotros se mueve en una enorme cantidad de decisiones, todas ellas fundamentales a los fines del objetivo mayor que se relacionaba a ella (por ejemplo, llegar conveniente y oportunamente a su trabajo, a una reunión) sin pensar siquiera que estaba tomando decisiones. En todas ellas, operó siempre la intuición, en tanto decisión adoptada desde el inconsciente. En el mundo laboral ocurre exactamente lo mismo.

Parte importante de la magia con que vemos el funcionamiento del cerebro (por cierto, de su funcionamiento sabemos apenas fragmentos mínimos) tiene que ver precisamente con el cómo hace para buscar y rebuscar en nuestros inconscientes para traer al consciente percepciones de cursos de acción que “no sabemos por qué aparecen”. Lo único concreto pareciera ser que todas estas imágenes (que llamamos intuición), no las sacamos desde el vacío, sino desde nuestros propios aprendizajes previos, y de la información que traemos con nosotros al nacer, producto del ADN.

En consecuencia, la intuición pareciera ser sólo el salto entre el mundo de nuestro inconsciente, a la dimensión del consciente, sin la escala de reflexión y lógica a la que se nos acostumbra desde los primeros años de estudio.

La expresión práctica de la intuición, se manifiesta en distintas formas. Ya mencioné la referida al automatismo de muchas decisiones. También están en este espacio conductual, la elección de caminos que para el resto pueden no resultan lógicos, ni siquiera posibles (los inventores, por ejemplo, sustentan gran parte de su talento en esta confianza en su potencial intuitivo). En este caso, se conjuga de manera muy especial la relación entre la memoria del pasado (lo que sé y he vivido) con la memoria del futuro (lo que sueño como un futuro presente).

 De otro lado, los presentimientos son un tipo distinto de expresión de la intuición. (“no sé porqué pero tengo temor de que vaya a ocurrir que ….” o, “no sé porqué, pero no creo quesa sea la decisión correcta”), que se sostienen en conocimientos adquiridos que emergen de manera nebulosa desde el inconsciente (De ahí la validez del “no sé porqué”). Su poder de factibilidad está en función de la persona que indica el presentimiento. A mayor trayectoria relacionada con el tema, aún sin que se pueda expresar el fundamento desde la racionalidad conversacional, las declaraciones de este tipo adquieren fuerza y legitimidad al estar sostenidas en las eventuales vivencias previas que alimentan “intuitivamente” un juicio.   
Muchas veces, la intuición es la llave maestra que cierra inseguridades que se manifiestan en análisis tras análisis y, a la vez, destraba la tentación de la parálisis hasta no tener “certezas objetivas científicamente validables”. Es decir, la intuición es un poderoso motor para la acción, aceptando como válidas respuestas subjetivas, cuando la objetividad (mundo de lo racional) no es capaz de decidir.

Roy Rowan, en su libro “El Director Intuitivo” (Ediciones Folio, 1987) propone que, para desarrollar la intuición, se pueden ocupar de manera conjunta o por separado, una serie de criterios:

  1. Tener siempre todo el problema en la mente
  2. Redefinir el problema con frecuencia
  3. Tener en cuenta varias alternativas simultáneamente
  4. Seguir lógica de ensayo/error, pero confiando en imágenes no verbales
  5. Distinguir entre obstáculos reales y los imaginarios
  6. No sentirse obligado a evitar un camino confuso o zigzagueante
  7. No contar con el éxito inmediato
En síntesis, movilice su hemisferio derecho. Mientras más lo haga trabajar, más certeramente intuitivo puede ser. Y no deje nunca de reflexionar acerca de porqué decidió, lo que decidió de manera intuitiva. Ese espacio de meditación, en que se enfoca en hacer conscientes los elementos que surgieron desde el inconsciente, son seguramente una de las bases principales para avanzar en esta línea. Tengo la impresión de que mucho de esto, es un insumo para la aplicación de la emergente “Teoría U”, asunto de alguna columna futura.