En ocasiones como estas, las conversaciones entre amigos no son
transaccionales, del tipo “te digo para que me digas”. Muchas veces sólo son de
acompañamiento, de “oír” a quien habla, para que este, a su vez se oiga a sí
mismo y, con ello, salga del shock, ordene (o reordene) sus ideas y rompa el
muro del lamento para entrar a la espiral de las soluciones. Este salto hacia
adelante, este cambio del “switch” reflexivo es propio de esa extraordinaria
capacidad de las personas que se conoce como resiliencia.
Vuelvo a mi historia. Lo dicho es válido, en teoría, en análisis de
relatos, pero puesto en la situación, igual algo se debe decir, algo que ayude,
que desbloquee el círculo vicioso de la frustración asociada al miedo, el
desconcierto y la ansiedad por el día siguiente.
Afortunadamente, en mails previos habíamos estado conversando
precisamente de su ingreso al mundo de empresaria independiente, dejando atrás
el supuestamente más seguro y estable, empleo de jornada completa y paga
mensual segura. Al contarme de sus primeros pasos como empresaria, casi de
manera premonitoria le ayudaron a enfrentar este robo, porque tenía muy fresco
el recuerdo de sus inicios cuando, precisamente, no tenía nada de lo que dejó
de tener de nuevo con el asalto. Pasó por la inevitable fase de cuestionarse
todo, de sentirse acosada por todo el mundo, de pensar en una nueva fase de
reinvención empresarial, pero rápidamente, con lo poco que tenía guardado en
otro lugar, muchos de ellos elementos de sus inicios, en pocos días, de nuevo
estuvo 150% de pié, ampliando cartera de clientes, fidelizando a aquellos que
podrían tener algún grado de dificultad, mientras reponía maquinarias y
demases. En menos de una semana, una historia de terror, se transformó en un
nuevo ritmo de trabajo, con mermas materiales inevitables, que, paradojalmente,
resultaron notablemente atenuadas en sus efectos, por la fuerza de los afectos
que recibió de sus clientes. Y también de su equipo de trabajo, al lado de
ella, presumo que no sólo por cuidar su empleo, sino por el valor de las
amistades y lealtades que ella ha sabido construir en su quehacer empresarial,
pero por sobre todo como persona.
De ahí el título de esta columna. Las estabilidades laborales reales,
las que valen la pena, las que en serio resultan “estables”, no tienen que ver
con tener o no una pega con sueldo garantizado, sino con la postura con que se
enfrenta el día a día laboral, la seriedad y calidez de las interacciones que
se generan, ya sea con los clientes, con sus pares, con los colaboradores, con
el entorno, incluso, con el medio ambiente.
Cuando ello ocurre, ningún imprevisto, ninguna indeseable sorpresa
logra aniquilar la capacidad de salir adelante, de “sobrevivir” social y
laboralmente.
La historia de mi amiga, valía una columna en sí misma, aunque su
mayor valor trasciende a ella. Es un ejemplo real de resiliencia en entornos
agresivos, donde la fuerza que impulsa al resorte que origina el salto hacia
adelante, tiene que ver que la forma en que se escribió y construyó la historia
previa. El presente totalmente
dependiente del pasado.
La resiliencia en este caso, y quizá en cuantos más, no tiene que ver
con lo que se aprende en una sala de clase, sino con la formación desde el
hogar, y la observación de los fenómenos sociales y laborales reales, para ver
siempre los problemas como desafíos y no como muros envueltos en alambres de
púas. Por ello, la resiliencia es un atributo de vida, que se construye cuando
no se le requiere y que emerge, sin que se le llame, cuando resulta necesaria.
Creo que quedé en que no sabía qué decirle a mi amiga. En realidad no
lo recuerdo y no me motiva ir a buscar el mail aquel. Es lo menos importante,
ella ya había construido sus defensas, sus resortes resilientes a lo largo de
todos sus días previos de vida. Seguramente fue banal lo que le dije. Lo que no
fue irrelevante, es que sabía que tenía amigos y amigas con quienes hablar de
su “tema” y que, desde sus propias formas de ver y entender el problema, le
ayudarían a que se despertaran sus fuerzas resilientes. Debe haber escuchado
mucho, pero la síntesis, ineludiblemente, debía hacerla ella, y la hizo.
Y esto sí que es importante. Tiene que ver con esta línea temática de
Reeditor.
Tienen que ver con que da lo mismo ser gerente o trabajador de
servicios menores, ser empresario o ser dependiente asalariado. Todos tenemos y
estamos expuestos a que Murphy se ensañe con nosotros, y nos quedemos por un
instante mirando hacia adelante, sin tener mayor respaldo atrás. En esos
momentos, en tales escenarios, la sincera cordialidad con que usted haya
construido afectos, lealtades, respeto, responsabilidad, credibilidad,
cercanía, serán las bases en que se podrá apoyar para que, cualquiera que haya
sido el problema, rápidamente pase a ser sólo una historia más que usted le
pueda contar a sus nietos y nietas.
La buena noticia es que nunca es tarde para comenzar a construir sus
reservas de resiliencia efectiva, tratando a los demás, tal cual a usted le
gusta ser tratado o tratada.
Si me permite, no espere a mañana, comience hoy mismo. Mi amigo Murphy acecha.