Sunday, May 15, 2011

LA FELICIDAD EN EL TRABAJO


Días atrás una persona me decía que la felicidad no existe. Y para sostener la afirmación citaba a Sigmund Freud diciendo que “existen dos maneras de ser feliz en esta vida: Una es hacerse el idiota y, la otra, serlo”. Y más recientemente, Mario Vargas Llosa parafraseó a este psiquiatra y señaló que “sólo un idiota puede ser completamente feliz”.

Sin embargo, sospecho que el asunto implica verificar primero qué estamos entendiendo por felicidad.

Para mi es una expresión que alude a cierto grado importante de satisfacción con lo que a la persona le está sucediendo en determinado momento. Implica un contexto en que aprecia que él y su entorno que le resulta particularmente significativo, sienten agrado por hechos, situaciones o circunstancias de un momento específico. Es decir, la felicidad es personal, pero habitualmente se expresa con relación a un entorno social de referencia. Las excepciones tienen que ver con eventos muy particulares y especialmente críticos, por ejemplo, cuando un náufrago ve que llega auxilio.

El otro aspecto de este concepto, es que la felicidad tiene que ver con estados temporales, de mayor o menor extensión, pero finitos en su presencia. Es decir, no existe un estado de felicidad permanente.

Por lo tanto, asumiendo que la felicidad absoluta no existe, asunto deseable por lo demás, dado que lo contrario, implicaría que no se puede superar determinado límite, esta expresión adquiere creciente validez e importancia organizacional. Implica desplegar iniciativas, conductas y estrategias que lleven a que cada trabajador se sienta tan cómodo en su trabajo que su permanencia en él trascienda a un simple cumplimiento de objetivos asignados y lo coloque en una posición en que sea un aliado clave en la empresa.

De alguna forma hace la diferencia entre trabajadores que, por la mera “sospecha” de un resfrío, solicitan licencia médica para no concurrir a trabajar, respecto de otros trabajadores que, aún en estado precario de salud, se las arreglan para seguir contribuyendo a los fines de la institución que los acoge laboralmente. Visto así, el tema deja de ser banal y pasa a ser estratégico. Toda empresa exitosa necesita intensamente del mayor compromiso de cada uno de los integrantes de sus equipos de trabajo. En los tiempos actuales, con frecuencia es este factor el que establece la diferencia entre una empresa que prospera y otra que se marchita en su mercado laboral.

El punto es, entonces, definir qué se hace para que nuestros colaboradores se sientan tan integrados a la empresa, que la sola acción de asistir al trabajo sea parte de los espacios en que se puede ser feliz. Como suele ocurrir, esto se puede ver desde el rol de la empresa y, también, el papel de cada persona:

1. Rol de la empresa

Un autor que ya he mencionado en una columna anterior, Mihaly Csikszentmihalyi, en su libro “Fluir en la Empresa” señala varias características que permiten este “estado de flujo”. Para esta columna me quedaré con tres de ellas:

a. Metas claras para que no surjan errores que tensionen las relaciones, por explicación débil o insuficiente de lo que se espera de la persona.

b. Feed back inmediato. No hay mejor receta para mantener las confianzas que ser muy rápido y claro en las felicitaciones y en las aclaraciones respecto de los aspectos mejorables en el trabajo.

c. Equilibrio entre los desafíos laborales y las competencias que posee la persona para asumirlas. Este aspecto es central para evitar el aburrimiento, de un lado, o el estrés negativo, por el otro.

2. Rol del propio trabajador

Tiene que ver con cuál es su postura frente a la vida en general, y la vida laboral en particular. Por lo mismo, la atención a este aspecto en los procesos de selección de nuevo personal es básica. Dos posibles cursos de acción:

a. Víctima, es decir, optar por pasarse el día eximiéndose de responsabilidades, quejándose y reclamando por lo que sucede, buscando responsables y culpables de todo lo negativo que le sucede, quejándose incluso de los positivo porque lo explica en el factor “suerte” u otro elemento exógeno a él.

b. Protagonista, esto es, asumir que siempre se tiene la posibilidad de elegir qué hacer y qué no hacer. En medida importante también, respecto del cómo hacer aquello que se le indica. En este escenario, cuando se equivoca, en vez de perder tiempo en reclamar, se enfoca en aprender para evitar la ocurrencia de aquello que provocó el error.

En resumen, el trabajo es posiblemente uno de los espacios donde es más fácil alcanzar momentos de felicidad, pero es también un sitio donde el tema suele importar muy poco. Tomarse en serio el tema de la felicidad es un asunto serio. Aristóteles ya decía que “solo hay felicidad donde hay virtud y esfuerzo serio, pues la vida no es un juego”. Para ello hay que entender, y con esto concluyo, que “felicidad no es hacer lo que uno quiere, sino querer lo que uno hace”, como magistralmente señaló el magistral Jean Paul Sartre.

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