Monday, September 20, 2010

MI VOLANTIN Y LAS COMPETENCIAS LABORALES

Cuando tenía alrededor de 10 años, en pleno septiembre, estaba un día encumbrando un volantín en mi casa, cuando me di cuenta que se acercaba rápidamente otro volantín que, ya en mi muy juvenil experiencia, reflejaba a todas luces que pretendía “mandarme cortado”, es decir, cortar el hilo de mi volantín con el suyo que, seguramente, estaba preparado para tal fin.



Mi primera reacción fue tratar de bajar el volantín, pero me di cuenta que estaba demasiado lejos para lograrlo. Mi segunda reacción fue, en realidad un grito: “¡¡PAPAAAAA!!”.



Sospecho que el tenor de mi grito súplica logró su efecto porque él llegó rápidamente a mi lado. “Mira” –le dije-, expresión innecesaria dado que ya estaba con la vista hacia el cielo, analizando el escenario. En un instante, tomó el hilo de mis manos y se hizo cargo de la situación. Estaba claro que con nuestro hilo, sano y limpio, sin ninguna capacidad de hacer daño a otro hilo, la lucha aérea sería muy desigual, si es que llegaba a ese punto.



Con unos movimientos muy diestros, cuando el otro volantín indeseado, picaba hacia el mío, con voraz y depredador apetito, mi padre lo movió y lo llevó diestramente hacia una zona con árboles y, para mi sorpresa, también lo picó hacia abajo. Yo veía como ambos, el que huía y el que cazaba, enfilaban hacia esa zona absurda. ¡¡¿¿qué haces??!! Le dije casi implorando misericordia por mi volantín. En el último momento, con otro movimiento de muñeca, el padre cambió la dirección al volantín, lo sacó de la zona de árboles y lo levantó con tanto ímpetu como, a la vez yo veía que, el volantín agresor, sin espacio para reaccionar, caía inevitablemente en esa maraña de ramas que se transformó en su trampa definitiva. Yo veía como trataba de zafarse y, mientras más lo intentaba, más se enredaba. Mi padre me devolvió el control de mi volantín, triunfador en el peor escenario posible, mientras el otro, ya sin luchar, roto en varias partes, pasaba a ser parte de la decoración de ese árbol hasta la próxima lluvia.



Ese fue mi primer encuentro con la noción del aprendizaje. Lo que para mi era imposible mi padre me había mostrado que era posible. Tal vez fue mi primera lección real del despliegue de una competencia.



Al día siguiente, el escenario era el mismo: un sol matizado por algunas nubes que se desplazaban por el cielo impulsadas por una brisa que hacía que mi volantín (el mismo del día anterior) bailara al ritmo que yo le imponía. Todo bien, hasta que, como repetición de una historia, volvió a aparecer desde mis espaldas, un nuevo volantín agresor, con las mismas supuestas malas intenciones. Yo, como antes, con mi hilo apropiado para mantener arriba el volantín, pero de ninguna forma “armado” para enfrentar un cruce belicoso. Pero la historia era distinta. Yo ya había visto a mi padre maniobrar y ”tenía claro” que debía hacer lo mismo. Ya no necesitaba ayuda. Mi castigo al agresor era inevitable para él, en especial por no haber aprendido la lección de la vez pasada. Un par de movimientos de mi mano derecha, el hilo tensado en un instante y suelto en el siguiente, rápidamente llevé mi volantín hacia la zona de árboles y lo piqué hacia abajo. El cazador, hizo lo mismo. Me parecía insólita su ingenuidad como para que fuera a caer, de nuevo, en la misma trampa. Mi volantín seguía bajando velozmente, siguiendo mis instrucciones. Cuando me pareció oportuno, cambié el movimiento para detener la caída y reemprender el vuelo … pero mi volantín no me hizo caso ..., y siguió en su caída hasta quedar, caprichosamente, al lado de los restos de nuestra víctima del día anterior. El que me atacó, se había recuperado oportunamente y se movía, casi como riéndose de mi impericia. Ahora ya eran dos los volantines esperando la próxima lluvia para pasar a ser solo un par de maderos inútiles decorando antiestéticamente, ese árbol, mudo espectador de mi incompetencia.



Este fue mi primer encuentro con una situación a la que le pude colocar palabras solo muchos años después: No es lo mismo saber, que “ser competente”, o “ser capaz de”. No es lo mismo, tener el conocimiento, que poseer la capacidad de hacer las cosas.

Para ser competente, para "ser capaz de", se requiere saber, desde luego, pero se precisa además, de mucha práctica, de mucho "hacer".

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