Monday, October 31, 2005

Incrementalismo o totalitarismo organizacional

Ahora que estamos próximos a las elecciones presidenciales, vuelven a emerger las ansiedades por el cambio de autoridades y toda la innovación que ello trae consigo. El asunto es así desde distintas ópticas, partiendo, desde luego, por la incertidumbre de entender o no el estilo de gestión del (o la) nuevo/a “líder”, hasta llegar a lo más de fondo, en cuanto a las innovaciones que traiga consigo la nueva autoridad.

Hasta el Gobierno de Allende era habitual que con el cambio de mandato, venía casi una tentación irrefrenable a aplicar al concepto de “borrón y cuenta nueva”, donde se debía dejar a un lado todo lo realizado en el periodo anterior, para reemplazarlo por las “nuevas” ideas. Con la dictadura, el asunto alcanzó su máxima expresión, que duda cabe. Todo lo precedente estaba malo sino superficial, trivial, en suma, banal, omitible, desechable.

Con la Concertación el foco cambió. Se comenzó a entender, en buena hora, que el totalitarismo no es positivo en ningún contexto. Menos en el plano organizacional ni aún menos en el de las ideas.

Se pasó a una lógica incrementalista, de aproximaciones y mejoras sucesivas, en que lo realizado, si bien mejorable como toda obra humana, implica hacerse cargo de un camino avanzado, unos cimientos instalados, un proyecto iniciado.

Creo que la existencia de la Dirección Nacional del Servicio Civil contribuirá a perseverar en esta lógica incrementalista, porque, al menos en los cargos concursables, quienes sean los elegidos, al margen de su indispensable cercanía al proyecto país que esté vigente, traerán consigo capital curricular técnico que, si la DNSC hace bien su trabajo, permitirá que los nuevos liderazgos sean precisamente esto, líderes de procesos de desarrollo sectorial, sin la carga de soberbia que es tan típica de quienes (en su propia ignorancia) no saben, o (peor aún) creen saber, y que ocultan esa ignorancia en un autoritarismo que inhibe todo espacio de reflexión técnica (por el pánico, consciente o inconsciente a quedar en evidencia), con lo que se perpetúa su ignorancia. En mi opinión este es otro tipo de totalitarismo, tan crudo y tan nefasto como todo totalitarismo.

Como soy optimista estoy convencido que esta nueva manera de reflexión acerca del desarrollo de las organizaciones seguirá más vigente y más viva que nunca. En especial en la gestión de las personas que integran las comunidades laborales de cada Servicio Público. Porque son estas las personas con las que las innovaciones pueden o no ser realidad y alcanzar o no su máximo potencial de impacto hacia la comunidad.

Los jefes, pueden serlo aún sin tener nadie a cargo. Pero, para ser líder, necesariamente implica rodearse de otras personas. Las jefaturas se designan. Los liderazgos son roles, dimensiones que asignan los liderados al que los guía.

La sociedad moderna, donde el conocimiento varía a cada minuto, donde es imposible “sabérselas todas”, todo el tiempo, cada vez requiere más de líderes y menos de jefes. Incluso en la administración pública, por mucho que sea por esencia, formal y jerarquizada.

En efecto, el tema no pasa por quien toma las decisiones, sino por la capacidad de seducir, motivar, impulsar al comportamiento creativo y proactivo de quienes son los que, en definitiva, hacen la pega, los funcionarios públicos. Y esto es posible en una lógica incrementalista.

Con mayor razón cuando los roles de liderazgo implican acciones que impactan a segmentos mayores de la comunidad organizacional. Cuando se definen estrategias o políticas que implican cambios en la manera de hacer las cosas de las demás instituciones públicas, este rol de liderazgo es una condición de base.

Si no se la asume, cuando se espera que todo se haga solo por el imperativo de la norma, junto con ofender al resto de las organizaciones, porque en definitiva se las presume como incapaces de pensar por si mismas, los resultados quedan solo en la cáscara, no se desplazan hacia el corazón cultural de las organizaciones, quedando en definitiva todo modificado, pero sin que haya variado nada en lo sustantivo. Esto es lo que yo llamo burrocracia, en contraposición a la necesaria burocracia, en la forma que le entendía Weber.

Visto así, los “jefes” están más cerca del totalitarismo, mientras los "líderes", mucho más cercanos al incrementalismo.

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